MI ABUELA
MI ABUELA Nos depositaron en la mano un tercio de mi abuela. Ya no hablaba ni sonreía, pero se suponía que estaba allí. Ya no cantaba por las mañanas ni rimaba versos. A medida que pasaba el tiempo nos entregaban menos. Nuestra moral se iba desmoronando junto con nuestras esperanzas. Debíamos estar agradecidos a pesar de todo. Finalmente, nos tuvimos que conformar con algo: al cabo de algunos círculos infernales nos devolvieron fragmentos de una persona que había sido radiante. En mi familia estábamos todos a favor de la eutanasia, pero en nuestro país eso no se estilaba. Observamos su dolor como se observa un plato de porcelana o una reliquia.