¡Oh, si tuviera una rosa!

¡Oh, si tuviera una rosa! La contemplaría solamente. Delicada y fragante, purpúrea o de puro albor, no sería este incidente a medianoche. ¿No serían los aullidos de las bestias nocturnales? No sería, no, el viento, la tristeza… Sería todo alejamiento, todo contemplación de la Cúspide, sería dios en tal caso. ¡Oh, si tuviera una rosa -cuánto la anhelo- y un rosedal!