La Ciudad de Dios
La Ciudad de Dios
Los anales de la literatura peruana
no desperdiciarán el nombre señalado
de Don Alvar Núñez Cabeza de Vaca II,
por agraciado no menos desagradecido
con las plumas del incondicional Wilbur,
atrocidades que se ahorraron los Emires.
Del Sabbat sagrado ni hablar, ellos saben
de consideraciones menores, sin embargo
la lluvia de fuego arreció esa tarde de
la bala
de plata. Los sonajeros arrojaron sus
sonatinas,
los leprosos añadieron legionarios y la
luna
declinó su catarata de rosarios y
suicidas
por esos cerros
donde mueren circuncidados y
circunspectos los soldados.
(La ciudad de los comerciantes/ que
asaltaron el templo
y luego asolaron las villas de los
artesanos
y de los trabajadores y de los esclavos
fabriles
que eran los mismos siervos del faraón
inverosímil.)
Dios los puso en facsimilares coordenadas
y fueron todos la misma Voluntad del
filósofo Acicalate
que viene la orden de degollar hasta las
eses.
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