OTRA OPORTUNIDAD PARA CAMBIAR EL MUNDO, por Gabriel Marco



OTRA OPORTUNIDAD PARA CAMBIAR EL MUNDO
El mundo después del coronavirus. Una pregunta abierta
Por cierto, mostraremos con valentía, públicamente, que las pretendidas “redes sociales” muestran una vez más que ellas son (además del hecho de que engordan a los multimillonarios del momento) un lugar de propagación de la parálisis mental fanfarrona, de los rumores fuera de control, del descubrimiento de las “novedades” antediluvianas, cuando no es más que simple oscurantismo fascista. (Sobre la situación epidémica, Alan Badiou. 21 de Marzo, 2020)

El tema del momento es la pregunta acerca de cómo será el mundo después del corona virus. Parece haber un consenso de que todo será diferente de ahora en más, sobre todo en lo referido a nuestra vida cotidiana y al funcionamiento del mundo, de hecho no faltan quienes auguran el fin del capitalismo tal como lo conocemos y ese tipo de cosas.
Soy bastante escéptico en este sentido y me pregunto si no puede haber algo de voluntarismo y de buenas intenciones en estas expresiones. El capitalismo ha resistido a todas las pestes hasta el momento y se ha mostrado bastante resiliente. Ninguna pandemia llevará a cabo lo que deben lograr las personas, y a menos de que haya una toma de conciencia universal y luchas efectivas en este sentido, los poderosos -ese 1% que posee el 50% de la riqueza del mundo, por ejemplo - no creo que resignen sus privilegios que este sistema injusto les permite.
A excepción de los intelectuales y activistas, parece que las masas se encuentran bastante desinformadas y adoctrinadas por los medios de comunicación hegemónicos y por los sistemas educativos desde hace décadas. Un inverosímil dogma ideológico ha calado muy hondo en el subconsciente de la gente (que imagina que este mundo es el mejor de los mundos posibles o piensa que, con sus imperfecciones y todo, este es el mejor sistema conocido hasta el momento, naturalizando una serie de barbaridades propias de la Edad Media.) 
Cada vez que ocurre una crisis se renuevan las esperanzas de cambio, podemos repasar los hechos recientes, desde el estallido social de Chile y Ecuador, lo que podríamos llamar “la primavera latinoamericana”, o lo que fue la Primavera árabe, la “marea verde” feminista, las distintas crisis financieras como la del 2008, los movimientos como Occupy Wall Street o el estallido de los chalecos amarillos en Francia, las marchas por el cambio climático, entre tantos otros. Sin embargo, los hechos demuestran que las modificaciones estructurales e institucionales son mínimas cuando no equivalentes a cero.

Se precisa un cambio de conciencia global y de una lucha internacional coordinada de la clase trabajadora que aseste un golpe efectivo a los centros de poder. Internacionalismo, en una palabra. (Una idea clásica de la bibliografía revolucionaria, nada nuevo digamos.)
Cada crisis y renovado estallido social demuestran lo que ya sabíamos desde hace mucho tiempo, a saber: que el capitalismo y su versión actual, con su dogma ideológico de “libre mercado” -que no es otra cosa que la tiranía de los poderes privados y de las instituciones financieras- es el camino más rápido hacia el abismo.
Que haya un mínimo de Estado social para que las corporaciones y los bancos puedan hacer negocios, privatizar todo: la salud, la educación, las jubilaciones, el aire y el agua, las semillas, todo, es decir los bienes comunes esenciales.  Una economía global basada en el petróleo y en la guerra y en la especulación financiera. Un sistema que expulsa y que arroja todos los días a millones de personas a la pobreza y a la esclavitud del sistema salarial, el cual debería ser abolido de inmediato.
En fin, lamentablemente mucho de la clase trabajadora y de la opinión pública se encuentra desinformada y adoctrinada por los conglomerados mediáticos al punto de que ni siquiera sabemos lo que ha ocurrido, “la historia” propiamente dicha, y mucho menos lo que está ocurriendo en este momento, ni lo que ocurrirá en un futuro inmediato.  “La gente no sabe lo que está ocurriendo y ni siquiera sabe que no lo sabe”, decía Chomsky en los ochenta. “Ahora no sabe, y tampoco le interesa”, agregó otro en la era de las redes sociales.
Un mundo conducido no por estadistas de derecha, políticamente correctos, como en los setenta, sino por magnates payasos de ultraderecha como Donald Trump o Jair Bolsonaro, con políticas imperiales hacia afuera y políticas de vaciamiento hacia adentro, no es una buena noticia ciertamente, sino que nos revela el hecho cuasi metafísico de que siempre se puede estar peor de lo que estábamos. Mientras tanto de la mano de estos personajes se avecinan otras amenazas no menores al coronavirus: el calentamiento global y la carrera armamentística nuclear. Dos amenazas para la supervivencia en el planeta que estos presidentes de perfil empresarial no hacen sino precipitar.
Más allá de las características distópicas y conspirativas (que son bastante plausibles por otra parte, sobre todo si tenemos en cuenta la noticia de una simulación de la pandemia en New York un mes antes de la conflagración, entre otros detalles de asombrosa sincronicidad)… podemos tomar esta crisis como una oportunidad para aprender y cambiar, o no aprovecharla en absoluto y todo habrá sido una pérdida de tiempo y de vidas como tantas veces.
Podemos sacar algunas cosas positivas a pesar de todo
El derrumbe del modelo chileno -hijo tardío del pinochetismo –, por un lado, y la pandemia global, por el otro, demuestran que el discurso sagrado que hasta ayer sostenía “el milagro chileno” o el modelo norteamericano for export (ambos paradigmas de Friedrich Hayek y la Escuela de Chicago de Milton Friedman) son patrañas insostenibles en pleno siglo 21.
La mayor potencia mundial de todos los tiempos, que está en declive, es cierto, no tiene siquiera camas para afrontar la pandemia. Su sistema de salud privatizado deja a la mayoría de la población afuera.
La tragedia de los incendios en Australia por su parte demostró una vez más que el dinero del primer mundo no podrá salvar al planeta de la destrucción de la vida y las especies. Ni con todo el dinero del mundo propiamente dicho.
Tal vez una gran lección de estas tragedias, ya sea la pandemia, los incendios a causa del  calentamiento global y la economía basada en el extractivismo y uso de combustibles fósiles, o la misma “macrisis” reciente en Argentina, sea que llega un punto donde ya no podemos salvarnos solos. Si no salvamos al otro nos morimos todos. Si se hunde el barco nos hundimos todos, ricos y pobres.  Explotadores y explotados. En ese punto de la supervivencia se acaban las grietas.

El mundo está al revés como decían Galeano y María Elena Walsh. En este contexto Cuba está ayudando a los países ricos de Europa con médicos, mientras EEUU endurece medidas contra los países pobres como Cuba, Afganistán,  Irán, Venezuela (y Palestina.)  De eso no se habla mucho en la prensa occidental.

Hechos, no palabras. De un a día para el otro los gobiernos más ortodoxos  no solo tuvieron que cambiar su discurso radicalmente sino también sus acciones y políticas. De la resistencia a decretar la cuarentena para no resignar ganancias (el caso del primer ministro británico, Boris Jhonson es una buena muestra patética de ello) a tomar medidas de salvataje apresuradas. Del vaciamiento del sistema de salud al populismo de emergencia. Esto demuestra que todo lo que exigía el FMI y lo que proclamaban los economistas liberales como la única salida hasta hace unos días era todo una vil estafa cuando no uno de los tantos mitos de los tecnócratas fundamentalistas del mercado. Lo cierto es que EEUU y Europa reaccionaron tarde a la pandemia y las consecuencias humanas son escandalosas. Colapsaron los sistemas de salud de los países más ricos del mundo. Mientras tanto en Latinoamérica, la situación es aún más vulnerable dado nuestra sempiterna historia colonial.  Si la peste prende aquí nuestros sistemas de salud no podrían tolerarlo tampoco. 

¿Una nueva doctrina del shock global?
Por otra parte, países como Chile o Perú están utilizando la pandemia como una excusa para decretar o reforzar medidas represivas como el estado de sitio o la militarización de la sociedad. El fascismo a veces puede regresar de la forma menos pensada. Hay que monitorear la escalada de la violencia estatal de las fuerzas de seguridad en todo el mundo, en nuestra región, en nuestro país, en nuestra ciudad. La pandemia no puede ser otra excusa para reprimir, vigilar y castigar a los más necesitados.

Amor, solidaridad y lucha. Una vez más, solo el amor, la solidaridad, la cooperación, la conciencia, salvaran el mundo de la devastación capitalista. Como decía Albert Camus, todos estamos apestados (no solo los que tienen el virus.)

En conclusión, tanto los destacados intelectuales de izquierda como de derecha coinciden en señalar que una revolución social y política no se logra por una enfermedad sino por la lucha de actores sociales, más específicamente por las clases trabajadoras.
La utopía del fin del capitalismo sigue siendo eso por el momento: una utopía que sirve para caminar como decía Eduardo Galeano. Para tener una visión de un mundo mejor. Más libre y más justo, y menos destructivo del planeta y de las especies.
El capitalismo y los mercados están globalizados pero los estados nacionales no lo están de la misma manera, de modo que la economía está globalizada pero la política no lo está de igual forma. Lo que equivale a decir que las personas tienen una modesta influencia sobre su vida política pero no así sobre su vida económica (lo cual equivale a una libertad muy restringida en el mejor de los casos cuando no a la mera esclavitud.) Es decir que la democracia está muy acotada en los capitalismos de estado del  neoliberalismo de estos últimos 50 años.
Las medidas de estos estados burgueses frente a la pandemia global no tienen tanto que ver con una caída del capitalismo ni con una toma de conciencia espontanea respecto de la necesidad de la solidaridad y de un estado de bienestar si no con un protocolo de guerra convencional: nacionalizar y estatizar, orientar toda la producción a la defensa –es decir, a la mera supervivencia- y al combate del “enemigo”, en este caso el COVID-19.
Es decir que los estados nacionales para salvar al mismo estado burgués tienen que nacionalizar o intervenir a las empresas y orientarlas a la producción de combate. Luego volverá todo a la “normalidad” en el mejor de los casos, es decir la reproducción deliberada de la desigualdad y la concentración de la riqueza en unas pocas manos.
Que el modelo neoliberal se ha mostrado insuficiente  para enfrentar estos problemas y que es responsable en gran medida nadie lo puede dudar, el vaciamiento y la privatización de los sistemas de salud, así como de los departamentos de ciencia y tecnología, explican  el colapso y la falta de anticipación y prevención, algo que los países más ricos del mundo hubieran sido capaces de desarrollar y afrontar. Recién ahora, después de la tragedia, están investigando al no tan extraño visitante en todo el mundo. Antes no lo hicieron porque la industria farmacéutica estaba orientada a cuestiones más rentables a corto plazo según todo parece indicar.
Es decir que los estados nacionales adoptarán una política de guerra típica, habrá subsidios y salvataje de los sistemas de salud probablemente, pero también coerción, hipervigilancia, excesos de las fuerzas de seguridad, reclutamiento, y con mayor énfasis en los estados fallidos de los gobiernos más ortodoxos. El estado es una institución ambigua, decía Bourdieu.
La peste pasará, tarde o temprano, pero a un coste humano terrible debido a las fallas de la economía de pseudo  “libre mercado”, sistema que es preciso superar sino abolir por completo. Por la posibilidad de un mundo más libre y más justo, por el derecho a la vida en nuestro planeta, en vísperas de la destrucción total

Gabriel Marco, 1 de abril 2020











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