DISCORDIA
DISCORDIA
Todo empezó en La Sociedad.
- Lo mismo hacen médicos y artistas- anuncio.
Comprendí
que debía “convertirme”.
(No había
ninguna relación entre ambas cosas, claro.
Se trataba
de una mera vecindad de ideas.)
Sin embargo,
me refugio en los libros.
Alquilo una
piecita
al fondo de
una casa vieja de Barrio General Paz.
Debí pasar
desapercibido muchos años.
La primera
medida que adopté,
lo recuerdo
muy bien, fue en el verano.
Carente de
bombillas y aun de energía eléctrica
comencé mi
labor.
En materia
de Bellas Artes
decidí no
traspasar el coto natural
de las monodias y las simetrías.
(En la
medida que hablásemos de las monarquías
o del precio de la carne no había problemas;
acerca de
todo lo demás
se carecía
de comprensión.)
El vestido
tampoco fue impedimento,
bastaba con
olvidar las funciones tradicionales de las prendas.
Como mis
aspiraciones no se dirigían a restaurar el pasado,
sino a la discordia fundamental
entre mi
presente y la época,
no llegué a una involución
genética,
imposible desde todo punto de vista.
Pero
suplanté, eso sí, la caja de herramientas y los cubiertos
de la
vajilla por mis manos, estas abigarradas garras aguerridas.
Recuerdo que
mi madre se largó a llorar cuando me vio.
Su pobre
mitología no le permitía apreciar mi belleza.
Yo estaba
sumido en la doble contemplación de lo Único.
Había
logrado superar el Anhelo, la Nostalgia y la Vitalidad.
Con respecto
al amor,
aunque
acepté duramente el cuero, no adopté medida alguna.
Seguía
considerándome un polígamo
en secreto
o, en el mejor de los casos, silvestre.
Copulaba
después de ingerir o en sueños, y en esto
me asemejaba
mucho a la chusma emancipadora.
Al cabo de
no muchos ciclos lunares
había
afrontado ya demasiadas ofensivas reformatorias.
Me
propusieron al sacrificio de los usurpadores de los dioses.
Comencé un
tratamiento de coco-amido-propil-betaína y de viscosantes
con el que
jamás estarías de acuerdo.
¿Fue por ese
entonces que comprendí el sentido de Las Palabras?
Al cabo de
horribles sesiones mi novia resolvió dejarme.
Nuestras
diferencias se pronunciaron
una vez que
fue decretado mi carácter baldío.
Ella estaba
del lado de la Naturaleza.
Es verdad
que Flora se resistía a llevarme.
Prefería que
yo hiciese un esfuerzo por caminar.
Sin embargo,
esa postrera tarde salimos juntos.
¿Debo
referir también -oh- mi situación?
Los
parientes se obstinan en el depósito de sumas
que mi
diligencia arroja con grageas a la basura.
Flora,
caprichosa y afortunada como pocas,
previendo
cada uno de mis actos se adelanta a mis decisiones
y demora un
cósmico designio proveyéndome de manjares y empleos de jerarquía.
Mis amigos,
ya sea por envidia,
ya sea por conmiseración,
nunca se
apartan de mí.
Qué no
padecí yo por mor de La
Verdad.
Podía
exclamar con Nieto:
¡sí, las
mujeres solo quieren un vástago de nosotros!
Cómo
explicar la humillación que siento sobre mi rodado
policromado,
impuesto al dorso por mis seres queridos.
Fue esa
misma tarde.
Después de
un anhelo de popularidad
pude oír la voz.
Una voz que
surgió del profundo bosque.
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