Pequeño poema en prosa



Pequeño poema en prosa

Tu padre me sedujo dos o tres veces, a principios de los años 80. Lo hizo con la frialdad de un asesino y con mucha eficacia. Claro que por aquel entonces no hablaba del suicidio y esas cosas. Me fue infiel tantas veces como pudo (y con tantas como pudo.) De eso me enteré después, porque la mentira tiene patas cortas. Aunque tu padre, técnicamente hablando, nunca me mintió, solo me “omitió información” como dicen los mentirosos sofisticados, es decir: los ingenuos.
Yo era una extranjera en un país racista. Eso le debe haber llamado la atención a tu padre, que no era xenófobo pero era anarquista de cafetín, como les decían a los dreyfusards.
Una mañana me desenamore de él y el comenzó sorpresivamente una debacle, una ruina, un sometimiento indigno. Los hombres son raros. Pasó de la perversidad a la humillación. Parece ser que después se dio cuenta de que me amaba o algo así, cuando ya era demasiado tarde. Claro que siempre pagan justos por pecadores, de modo que el pagó por él mismo y por todos los anteriores y por todos los que vendrían después. ¿Si yo fui injusta con él? Sí, claro, en muchas oportunidades. ¡Quien dijo que el amor es justo! Pero yo escribía más y mejor que él, algo que nunca me reconoció como todo buen caballero.
Una noche se descerrajó un tiro o se arrojó de algún puente. Eso es todo. No pudo soportar su fracaso en todos los órdenes de la vida. Había fracasado como poeta, como académico y, finalmente, como amante. Se sentía terriblemente culpable de no haber tenido hijos. Porque nunca se enteró de nada. En eso sí que era un poeta hecho y derecho: vivía en las nubes.


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