EL MAL MENOR. Contra el imperio de las circunstancias
EL MAL MENOR. Contra el Imperio de las circunstancias.
No
estoy con el candidato menemista de la policía bonaerense, ni con el
kirchnerismo y mucho menos con el hijo de Franco, responsables económicos de la
dictadura; pero si de derechas se trata prefiero la menos derecha de las
derechas, y la menos centro-derecha de las centro-derechas, y así hasta arribar a un mundo sin imperios ni gobiernos ni caudillos ni fronteras,
por eso les comparto este artículo que me pareció el análisis menos frívolo sobre
el asunto que leí hasta ahora…
Argentina: un
ballotaje crucial para América Latina (Por Atilio A. Boron)
El resultado de las elecciones del pasado domingo no
fue un rayo en un día sereno. Un difuso pero penetrante malestar social se
había ido instalando en la sociedad al compás de la crisis general del
capitalismo, las restricciones económicas que impone a la Argentina el
agotamiento del boom de las commodities y la tenaz ofensiva mediática
encaminada a desestabilizar al gobierno. Era, por lo tanto, apenas cuestión de
tiempo que esta situación se expresara en el terreno electoral. Ya las PASO
(elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) celebradas el 9 de
Agosto habían sido una voz de alarma, pero no fue escuchada y analizada por el
oficialismo con la rigurosidad requerida por las circunstancias. Prevaleció una
actitud que para utilizar un término benévolo podríamos calificar como
“negacionista”, gracias a la cual la autocrítica y la posibilidad de introducir
correctivos estuvieron ausentes, con las consecuencias que hoy estamos
lamentando.
Me ceñiré, en este breve análisis, a algunos aspectos
más relacionados con la estrategia y la táctica de la lucha política adoptadas por
el Frente para la Victoria en los últimos meses. Dejo para otro momento la
realización de un balance de la experiencia kirchnerista en su integralidad y
con sus múltiples contradicciones: asignación universal por hijo y
concentración empresarial; extensión del régimen jubilatorio y regresividad
tributaria; desarrollo científico y tecnológico (ARSAT I y II, etcétera) y
sojización de la agricultura; orientación latinoamericanista de la política
exterior y extranjerización de la economía. Algo he dicho al respecto en el
pasado y no viene al caso reiterarlo en esta ocasión. Volveré sobre este tema
en un escrito futuro, sin el apremio del momento actual. Tampoco me referiré,
por ejemplo, a cuestiones que remiten a un arco temporal que trasciende la
actual coyuntura electoral, como por ejemplo la llamativa ineptitud para
construir un sujeto político y hacer de “Unidos y Organizados” una verdadera
fuerza plural y frentista y no un cascarón vacío cuya única misión fue apoyar,
sin ninguna eficacia práctica, las medidas del gobierno. O a la asombrosa
incapacidad para preparar, al cabo de doce años de gobierno, un liderazgo de
recambio que no fuera Daniel Scioli, un político nacido del riñón del
menemismo. O a la suicida actitud, seguida hasta hace unos pocos meses, de
descalificar y hasta ridiculizar a quien, al final del camino, era el único
candidato con el que contaba el kirchnerismo a la hora de enfrentar la riesgosa
sucesión presidencial. Es decir, se vapuleó a una figura, contra la cual no se
ahorraron ninguna clase de ofensas y humillaciones, sin percibir, en la alegre
ofuscación de los cortesanos del poder, que era la única carta con la que
contaban y que poco después deberían vergonzosamente aferrarse a ella, cual
clavo ardiente, en una desesperada tentativa por salvar “el proyecto”. Dejo a
la imaginación de los lectores la calificación de esta actitud.
Más cercano en el tiempo se cometieron varios errores
de estrategia política de incalculables proyecciones: para comenzar, la
decisión de no apoyar a Martín Lousteau en el balotaje por la jefatura de
gobierno de la ciudad de Buenos Aires en contra de Horacio Rodríguez Larreta,
el delfín de quien hoy aparece como el probable verdugo del kirchnerismo. De
haberse actuado de esa manera, dejando de lado un absurdo fundamentalismo, el
macrismo habría perdido la ciudad de Buenos Aires y se le habría propinado un
golpe -si no mortal, al menos demoledor- a la candidatura presidencial de
Mauricio Macri. Esta ofuscación del FPV, de la cual participaron desde la Casa
Rosada hasta el último militante, fue una bendición para la derecha ya que le
permitió nada menos que conservar en su poder a la ciudad de Buenos Aires y
salvar el futuro de su principal espada política. Pocos casos de miopía
política pueden igualarse a este.
Pero la carrera de errores no se detuvo allí. Con la
intención de salvaguardar la pureza ideológica de la fórmula kirchnerista, y
ante la desconfianza suscitada por Daniel Scioli y su sinuosa trayectoria
política no se tuvo mejor idea que proponer como candidato a vicepresidente a
Carlos Zannini. Al optar por el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia se
configuró una fórmula “kirchnerista pura”, buena para aplacar la ansiedad de
los propios pero absolutamente incapaz de captar un solo voto por fuera del universo
político del kirchnerismo. Esta decisión pasó olímpicamente por alto todo lo
que enseñan los manuales de la sociología electoral, que dicen que para obtener
una mayoría hay que presentar una oferta política capaz de atraer la voluntad
no sólo de los ya convencidos -el núcleo duro de una fuerza partidaria- sino
también de quienes podrían ser atraídos por otras razones: rechazo a las
fuerzas anti-kirchneristas, cálculo oportunista o tendencia a “votar a
ganador”, entre muchas otras. Pero la fórmula Scioli-Zannini cerraba todas
estas puertas, como se comprobó el pasado domingo y se quedaba enclaustrada en
el voto kirchnerista, importante para insuficiente para obtener la diferencia
que hubiera evitado el temido balotaje.
A lo anterior se agregó otro yerro inexplicable: el
empecinamiento en proponer como candidato a la gobernación de la crucial
provincia de Buenos Aires, que con casi el 38 % del padrón nacional es la madre
de todas las batallas políticas en la Argentina, al Jefe de Gabinete de
Ministros de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal Fernández. Este fue
víctima de una tenaz e inmoral campaña de desprestigio que lo convirtió en el
personaje con mayor imagen negativa de la provincia. Pese a ello se insistió
tercamente en una candidatura que solo representaba a los propios y que perdía
por completo de vista el complejo panorama electoral de la provincia. El
resultado fue una derrota inapelable a manos de una candidata opositora, María
Eugenia Vidal, que carecía por completo de experiencia en ese distrito ya que
se había desempeñado en los últimos ocho años como Vice Jefa de Gobierno de la
ciudad de Buenos Aires, acompañando a Mauricio Macri. Justo es reconocer que en
esta derrota existen responsabilidades concurrentes: la mala imagen de Fernández
se articuló con la pobre gestión de Scioli en la provincia. Si esta hubiera
sido algo mejor Vidal no podría haberse alzado con la gobernación. Por ejemplo,
si en lugar de dotar a la provincia con los tan publicitados 85.000 nuevos
policías el gobernador saliente hubiera designado una cifra igual de nuevos
maestros seguramente otro habría sido el resultado. En todo caso, cuesta
entender las razones del tan pernicioso como costoso empecinamiento en sostener
una candidatura como la de Fernández en esas circunstancias.
Por último, en este breve racconto, otro error fue la
decisión de hacer que Scioli desplegase una campaña en la cual fuera lo más
parecido posible a Cristina y cuyo eje central fuese la cerrada defensa de la
gestión presidencial, sin ninguna proyección a futuro. Contra quienes proponían
como slogan el cambio -de ahí el nombre de la alianza derechista: “Cambiemos”-
o quien como Macri demagógicamente exaltaba la “revolución de la alegría”,
Scioli aparecía como un político triste y titubeante, a la defensiva, e
históricamente maltratado por la presidenta y su entorno, debilitado por las
críticas recibidas desde la Casa Rosada, la Cámpora, Carta Abierta y con un
libreto que lo condenaba a posicionarse como un acérrimo defensor del
“proyecto”, sin la menor posibilidad de aludir a todo lo que faltaba hacer en
el mismo, como una reforma tributaria integral, la estatización del comercio
exterior y la implementación de una heterodoxa política antiinflacionaria que
evitase la licuación de una parte nada desdeñable de la cuantiosa inversión
social del gobierno de Cristina Fernández. Los resultados están a la vista.
Habría otras cuestiones por señalar, como el faltazo
ante el debate con los otros candidatos presidenciales, que lo disminuyó aún
más antes los ojos de la opinión pública y el oportunista anuncio, hecho sobre
la hora, de duplicar el piso salarial para el impuesto a las ganancias, algo
que el gobierno nacional tendría que haber hecho hace mucho. En todo caso,
parecería que ciertos cambios habidos en la estructura social argentina y en el
clima cultural imperante en el país, fuertemente semantizados por el terrorismo
mediático lanzado por la derecha; cambios producidos precisamente por las
políticas de inclusión social del gobierno de CF, no operaron en la dirección
de otorgarle mayor sustentabilidad al proyecto sino todo lo contrario, en línea
con tendencias ya observadas en países como Brasil, Bolivia, Ecuador y
Venezuela y que es incomprensible que hubieran sido pasadas por alto en la
Argentina. No necesariamente los sectores populares que mejoran su situación
socioeconómica y cultural gracias a la acción de los gobiernos progresistas y
de izquierda luego lo recompensan con su voto, y en la Argentina del pasado
domingo esto fue muy elocuente. Hace tiempo que hemos venido advirtiendo que,
ante la ausencia de una sistemática labor concientizadora y de formación
ideológica –la célebre “batalla de ideas” de Fidel- el boom de consumo no crea
hegemonía política sino que termina engrosando las filas de los partidos de la
derecha.
Dado lo anterior, revertir lo ocurrido en la primera
vuelta electoral aparece como una empresa muy difícil aunque no imposible.
Habrá que intentarlo, para evitar que la Argentina sea la punta de lanza de un
proceso que, ahora sí, podría ser el inicio del “fin de ciclo” progresista en
la región, algo que hasta hace unos pocos días parecía poco probable. De hecho,
si el candidato del kirchnerismo es derrotado en el balotaje sería la primera
vez que un gobierno progresista o de izquierda es vencido en las urnas desde el
triunfo inaugural de Hugo Chávez en diciembre de 1998. Hasta ahora, todos esos
gobiernos fueron ratificados en las urnas y sería lamentable que la Argentina
rompiera con esa positiva tendencia. Tenemos una responsabilidad regional de la
cual no podemos sustraernos: una victoria de Macri sería un golpe mortal para
la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur. Además, la Argentina se realinearía
incondicionalmente con el imperio y este redoblaría su ofensiva en contra de
los gobiernos bolivarianos, cada vez más privados de apoyos externos. Como
latinoamericano y marxista no puedo ser indiferente ante la amenaza que
representa un eventual gobierno de Macri que se uniría de inmediato a Álvaro
Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su pertinaz cruzada para
erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y
para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba. Es decir, para liquidar
definitivamente todo rastro de antiimperialismo en América Latina. Nadie
situado genuinamente en la izquierda política podría contemplar distraídamente
esta posibilidad ni dejar de hacerse cargo de enfrentarla con todas sus
fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este punto, no tenemos mejores opciones
que la de apoyar al FPV para aventar el riesgo de un mal mayor, sabiendo empero
que si lográsemos triunfar en este empeño tendríamos que darnos de inmediato a
la tarea de construir una verdadera alternativa política de izquierda porque el
kirchnerismo, con sus aciertos, sus errores y sus limitaciones ideológicas, no
lo es y no puede serlo.
¿Podrá Scioli doblegar a su contrincante en el
balotaje? Dependerá de cómo diseñe su estrategia de campaña para estas semanas.
Los dos debates con Macri pueden ser la llave del triunfo, si es capaz de pasar
a la ofensiva y demostrar que tras la vaguedad discursiva de su oponente se
esconde un brutal programa de ajuste. Pero no le bastará con eso. Tendrá
también que dejar de circunscribir su discurso a la defensa de la obra del
kirchnerismo (algo para lo cual la presidenta Cristina Fernández no necesita
ayuda porque lo hace infinitamente mejor que él), definir nuevas prioridades y
salir con propuestas concretas en materia económica, social, cultural e
internacional que le permitan persuadir a la opinión pública que podrá ser el
presidente que comience a hacer todo aquello que el kirchnerismo, en otros
momentos, reconocía que aún restaba por hacer y no hizo. Y que lo diga con
convicción, sin pedirle permiso a nadie ni esperar la palmadita afectuosa de la
Casa Rosada. Es una tarea difícil pero no imposible. Enfrente suyo no tiene a
un De Gaulle o un Churchill sino a un insulso producto de un astuto marketing
político, apoyado por el aparato publicitario de la derecha imperial. Difícil,
repito, pero lejos de ser imposible. Ojalá que le vaya bien porque, aunque
algunos se empeñen en negarlo, en este balotaje también se juega el futuro de
los procesos emancipatorios y de las luchas antiimperialistas en América
Latina.
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