EL LEÓN - o cómo decir lo que ya se sabe-
-o cómo decir lo que ya se sabe-
Que el New York Times lo haya considerado uno de los artistas más provocativos del mundo es anecdótico.
(Al fin y al cabo, qué importa lo que diga ese periódico del Norte, que tiene la mala costumbre de enaltecer a sus Espartacos hacia el crepúsculo de la tarde.)
Pese a ello, en este caso la afirmación es cierta.
El Papa mismo reaccionó con virulencia. No el buen franciscano que se sale de los protocolos, sino Bergoglio, el entonces arzobispo de Buenos Aires que emprendió la censura y logró cerrar su muestra retrospectiva del Centro Cultural Recoleta en el año 2004.
(Siguiendo esa línea y con más ajustado criterio debería haber inquirido una serie de volúmenes de otro autor, los cuales comenzaron a aparecer en los anaqueles de las librerías a partir del año 2005: El Silencio, Doble Juego, Cristo Vence, La violencia evangélica, Vigilia de armas, entre otros. No eran otra cosa sino la primera historia crítica de la Iglesia argentina desde sus orígenes hasta nuestros días. Sin embargo, el desinterés que despertaron esos ensayos fue monumental.)
En fin, aquella hoy legendaria muestra en la que los enloquecidos fans ingresaron a destruir las obras de arte al grito de ¡Viva Cristo rey, carajo! no fue la que inauguró la tradición de performances con incidentes, destrozos y policías. Ya antes, en el año 2000, en el Instituto de la Cooperación Iberoamericana, una minoría de intolerantes había intentado impedir a fuerza de gases lacrimógenos y rezos de rosario la muestra "Infiernos e Idolatrías", que versaba sobre la tortura.
"El mayor responsable es el cardenal Bergoglio, no estos chicos inexpertos", dijo el autor de Civilización occidental y cristiana.
La obra de la discordia, sin embargo, databa de 1966; y los jóvenes fueron beneficiados judicialmente con el recurso de la "probation", que dictaminó que realicen tareas comunitarias en instituciones católicas durante dos años y la donación del resarcimiento económico - por expresa disposición del artista - a la Comunidad Homosexual Argentina.
(Toda una obra de arte vanguardista digamos, donde la vida y el arte por fin se funden en una sola y perfecta unidad.)
Precisamente esa falta de sentido del humor que nos hace desconfiar de muchos intelectuales.
Convengamos que podría haber optado por la actitud de un célebre sociólogo francés quien, al preguntarle un entrevistador porqué era tan serio, respondió: "no hay nada de qué reírse" (Y la verdad que Pierre Bourdieu tenía razón. Aún hoy tendría razón.)
Podemos agregar otra delicadeza más: León Ferrari le recuerda al experto, al aficionado -y al más craso ignorante, como es el caso de quien redacta estas enlutadas líneas - que el arte, oh amigos, el arte... ¡puede volver a escandalizar a los moralistas! Aún en esta época de pesadilla.
León Ferrari, a diferencia de la mayoría, "tenía algo que decir", y quería hallar una forma novedosa de decirlo. Él realmente estaba preocupado por la forma. Ferrari seguramente tuvo sus especulaciones estéticas como cualquier artista, sin embargo fue el camino sustantivo de la ética el que lo condujo a desarrollar un estilo propio.
Por último, digamos que el ganador argentino del mayor premio que otorga el mundo artístico, el León de Oro de la Bienal de Venecia, le restituyó al arte otra dimensión olvidada: la posibilidad del disturbio y del Contenido.
Hoy León Ferrari, a la edad de 92 años, nos ha dejado físicamente. A falta de Cielos e Infiernos, se ha ido a ocupar su sitio definitivo en nuestro recóndito costado izquierdo.
Que el New York Times lo haya considerado uno de los artistas más provocativos del mundo es anecdótico.
(Al fin y al cabo, qué importa lo que diga ese periódico del Norte, que tiene la mala costumbre de enaltecer a sus Espartacos hacia el crepúsculo de la tarde.)
Pese a ello, en este caso la afirmación es cierta.
El Papa mismo reaccionó con virulencia. No el buen franciscano que se sale de los protocolos, sino Bergoglio, el entonces arzobispo de Buenos Aires que emprendió la censura y logró cerrar su muestra retrospectiva del Centro Cultural Recoleta en el año 2004.
(Siguiendo esa línea y con más ajustado criterio debería haber inquirido una serie de volúmenes de otro autor, los cuales comenzaron a aparecer en los anaqueles de las librerías a partir del año 2005: El Silencio, Doble Juego, Cristo Vence, La violencia evangélica, Vigilia de armas, entre otros. No eran otra cosa sino la primera historia crítica de la Iglesia argentina desde sus orígenes hasta nuestros días. Sin embargo, el desinterés que despertaron esos ensayos fue monumental.)
En fin, aquella hoy legendaria muestra en la que los enloquecidos fans ingresaron a destruir las obras de arte al grito de ¡Viva Cristo rey, carajo! no fue la que inauguró la tradición de performances con incidentes, destrozos y policías. Ya antes, en el año 2000, en el Instituto de la Cooperación Iberoamericana, una minoría de intolerantes había intentado impedir a fuerza de gases lacrimógenos y rezos de rosario la muestra "Infiernos e Idolatrías", que versaba sobre la tortura.
"El mayor responsable es el cardenal Bergoglio, no estos chicos inexpertos", dijo el autor de Civilización occidental y cristiana.
La obra de la discordia, sin embargo, databa de 1966; y los jóvenes fueron beneficiados judicialmente con el recurso de la "probation", que dictaminó que realicen tareas comunitarias en instituciones católicas durante dos años y la donación del resarcimiento económico - por expresa disposición del artista - a la Comunidad Homosexual Argentina.
(Toda una obra de arte vanguardista digamos, donde la vida y el arte por fin se funden en una sola y perfecta unidad.)
Pero, ¿cuales son los detalles que hacen de León Ferrari (1920-2013) un artista marcial lúcido, además de valiente?
León Ferrari tenía sobradas razones para convertirse en un personaje solemne y melancólico al modo de un Ernesto Sábato o, incluso, del último Juan Gelman. (Él mismo había sufrido en carne propia al menos dos de las aberrantes consecuencias de la política exterior exterior norteamericana sobre nuestra región: la desaparición y el crimen de su hijo Ariel, y el inevitable exilio de la patria.)
Pero León Ferrari llegó mucho más lejos en su humanidad, porque aún ejerciendo la crítica más radical nunca perdió el sentido del humor y la sonrisa.León Ferrari tenía sobradas razones para convertirse en un personaje solemne y melancólico al modo de un Ernesto Sábato o, incluso, del último Juan Gelman. (Él mismo había sufrido en carne propia al menos dos de las aberrantes consecuencias de la política exterior exterior norteamericana sobre nuestra región: la desaparición y el crimen de su hijo Ariel, y el inevitable exilio de la patria.)
Precisamente esa falta de sentido del humor que nos hace desconfiar de muchos intelectuales.
Convengamos que podría haber optado por la actitud de un célebre sociólogo francés quien, al preguntarle un entrevistador porqué era tan serio, respondió: "no hay nada de qué reírse" (Y la verdad que Pierre Bourdieu tenía razón. Aún hoy tendría razón.)
Podemos agregar otra delicadeza más: León Ferrari le recuerda al experto, al aficionado -y al más craso ignorante, como es el caso de quien redacta estas enlutadas líneas - que el arte, oh amigos, el arte... ¡puede volver a escandalizar a los moralistas! Aún en esta época de pesadilla.
León Ferrari, a diferencia de la mayoría, "tenía algo que decir", y quería hallar una forma novedosa de decirlo. Él realmente estaba preocupado por la forma. Ferrari seguramente tuvo sus especulaciones estéticas como cualquier artista, sin embargo fue el camino sustantivo de la ética el que lo condujo a desarrollar un estilo propio.
Por último, digamos que el ganador argentino del mayor premio que otorga el mundo artístico, el León de Oro de la Bienal de Venecia, le restituyó al arte otra dimensión olvidada: la posibilidad del disturbio y del Contenido.
Hoy León Ferrari, a la edad de 92 años, nos ha dejado físicamente. A falta de Cielos e Infiernos, se ha ido a ocupar su sitio definitivo en nuestro recóndito costado izquierdo.
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